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distintos colores que parecían recapitular todos los cambios que había visto en sueños.
La temperatura se había elevado considerablemente, y Kerans pensaba que había
viajado por lo menos doscientos kilómetros hacia el sur. El calor lo invadía todo de
nuevo, con temperaturas de cincuenta grados. Kerans se resistía a dejar la laguna de
playas desiertas y el anillo silencioso de la selva. Sabía de algún modo que Hardman
moriría muy pronto y que él mismo no podría sobrevivir a las junglas del sur.
Acostado de espaldas, dormitando a medias, pensaba en los acontecimientos de los
últimos años, que habían culminado con la llegada de la expedición a las lagunas
centrales y lo habían lanzado a esa odisea neurónica, y en Strangman y en aquellos
disparatados caimanes, y, atormentado por la pena y el cariño, tratando de retener todo
lo posible ese recuerdo, en Beatrice y su animosa sonrisa.
Al fin, atándose una rama a la pierna, escribió con el cañón del Colt un mensaje en la
pared, debajo de la ventana, convencido de que nadie lo llegaría a leer nunca:
Día 27. He descansado y sigo hacia el sur. Todo esta bien. Kerans.
Dejó la laguna y entró de nuevo en la selva, y al cabo de unos pocos días había perdido
el rumbo y caminaba a orillas del agua hacia el sur, bajo el calor y la lluvia crecientes,
atacado por caimanes y murciélagos gigantescos, como un segundo Adán en busca de
los olvidados paraísos del sol renacido.
FIN [ Pobierz całość w formacie PDF ]

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