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Cramer-Brannon los llamó, los levantó de su sueño, de sus oscuras pesadillas. El roce
más sutil bastaba. Diciéndolo todo sin decir nada. Una explicación sin palabras, una
cortina corrida. Un saludo al pasado, una insinuación del futuro. Una convocatoria.
Cada uno fue nombrado.
Cada uno respondió.
Cada uno comprendió. Y se puso en contacto.
Cada uno ocupaba su lugar en la configuración mental única.
Los internados medio dementes, atormentados, asolados, del pabellón de rematoloicos
se lanzaron furiosos a la lucha.
Nada había cambiado en la habitación subterránea.
Los dos hombres aún se enfrentaban.
Sólo habían transcurrido unos segundos.
Pero algo en los ojos del astronauta demostraba que él lo sabía.
La entidad total y múltiple que era Cramer se fue desprendiendo de la fuerza que lo
tenía en sus garras; despegó, uno por uno, los dedos mentales que le ceñían el cuello.
Podía respirar; podía moverse. El piso era sólido bajo sus pies. Dio un paso, y miró en
torno.
Parker estaba apoyado en una mesa y sus rodillas cedían bajo el peso de su cuerpo.
La parte de él que era Brannon estaba a su derecha más alto y erguido de lo que
Cramer jamás había visto. Los demás, los de los pisos de arriba, también estaban allí.
Veían las cajas y los cajones robados desparramados por la habitación, cuyo contenido
iba a ser devorado por la imponente maquinaria de la pared. la que habría de crear
millares de copias de Gains.
Y vieron al mismo Gains, que había retrocedido, como a la expectativa.
"Ya es el momento", pensó Cramer.
Sentía la fuerza palpitar dentro de sí, la furia incontrolada. Era un conducto que
canalizaba el poder de todos los rematoloicos juntos.
Extendió su mente hacia Gains.
Y sintió que éste lo arrojaba violentamente al suelo.
Estaba rodando, luchando por respirar.
Lo estaba aplastando.
Gains estaba demostrando todo cuanto podía hacer.
Era una fuerza incomprensible, ¡increíble!
Sólo ahora se daba cuenta Cramer a qué se enfrentaba.
No podía manejar la situación. Nadie podría.
Interrumpió el circuito y se apartó de la Gestalt rematoloica.
Por un instante estaba libre.
Brannon era el nuevo conducto que canalizaba las fuerzas del conjunto.
Gains se meció ante el ataque proveniente de una fuente nueva e inesperada.
Entonces Brannon estaba contra la pared, sacudido de aquí para allá por manos
invisibles como si fuera un muñeco de juguete.
Cramer estaba en cuclillas, el láser en un puño tembloroso. Trató de levantar el cañón,
y apuntar a Gains, pero le era imposible.
La oscuridad lo envolvía.
Buscó tanteando con su mente... un último intento.
Hubo un chispazo. Un segundo de contacto.
Hizo el enganche con la poderosa comunidad mental.
La Gestalt lo envolvía. Volvía a ser el conductor, el foco.
Brannon se desplomó en el suelo a sus espaldas.
Cramer aún no podía levantar sus brazos; los músculos y los tendones se habían
convertido en cables de acero inmóviles.
Apretó los dientes y accionó el percutor del láser.
Logró un solo disparo.
Gains no fue el blanco.
El cajón junto al coronel recibió la descarga, uno de los cajones químicos.
Gains, la máquina gigantesca, y la mitad de la habitación desaparecieron con un
estruendo ensordecedor. Las llamas tomaron su lugar. Sólo había llamas.
Cramer y Brannon sentían que salían despedidos a lo largo de un pasillo hacia los
ascensores, trastabillando, asfixiándose.
Las puertas se abrían estrepitosamente. Las defensas hacían corto circuito.
Las explosiones sacudían el instituto. Una oleada. de calor y llamas salió de la cámara
subterránea, una marea hirviente que subía.
Cramer corría con fuerzas prestadas: el poder venía de arriba.
Arriba sería afuera en cosa de unos minutos. Kenmore estaba expulsando a los
internados. Estarían todos sueltos los comunes, los rematoloicos, todos.
Las campanas tañían, las alarmas ululaban.
Cramer y Brannon salieron del ascensor.
Las puertas principales de Kenmore estaban abiertas, pero las salas estaban colmadas
de un humo que se filtraba por las válvulas de ventilación.
Se unieron al alud que se zambullía a través de las puertas.
El mareo de Cramer casi había pasado. Miró a su alrededor. Humo, calor. El comienzo
de las llamas.
Kenmore ya no existía.
Ni Gains tampoco. Había estado a punto de salirse con la suya. El y sus secuaces
habrían tenido a la gente rindiéndoles homenaje con tal de obtener favores. Pero ese
peligro había reventado junto con el loquero. Su sueño de poder era cosa del pasado.
Ya había otra cosa. Algo nuevo y glorioso.
El talento de Gains era profundo y poderoso, pero había estado solo. Lo que tenía
Cramer era amplio y compartido. No había modo de saber el campo que abarcaba,
adónde conducía o cómo terminaría. Ya se vería a su debido tiempo. Todavía era muy
pronto para saber cómo manejarlo. Pero sin duda, era un poder fantástico de la mente. Un
paso hacia el futuro. Cruzar el umbral de las conciencias aisladas, de las individualidades
solitarias, para fundirse en una nueva entidad multifacética.
Un ser superior estaba naciendo de la suma de todos ellos. Justamente de ellos, los
locos, los rematoloicos marginados. Y el Gobierno Federal, esa maquinaria siniestra de
dominación, era cómplice de su marginamiento. Su enorme aparatosidad lo hacía presa
fácil para un grupo de delirantes con aspiraciones de poder total, como Gains y su
pandilla. Ya vendría el momento de cambiar eso.
Y muchas cosas más.
Cramer y Brannon habían llegado al camino de ripio. Se detuvieron y miraron hacia
atrás. Las llamas estaban empezando a lamer la pared oeste. Todas las salidas
rebosaban de actividad. Guardias, enfermeras, psicomédicos, pacientes todos se
habían unido con el único objetivo de escapar.
Bueno... Cramer le sonrió a Brannon.
¡Bueno, bueno!
La multitud se dirigía hacia los muros. Los centinelas aún dormían. En unos minutos los
antiguos habitantes de Kenmore estarían afuera, otra vez en el mundo de los seres vivos.
Cramer extendió en forma despreocupada su mente hacia Ortez un rematoloico en
medio en un mar de locos comunes que emergía en ese momento por los portones
altos, y guiñó. Una palmada mental en la espalda fue la respuesta. Cramer rió. Eso iba a
ser memorable, no cabía duda. Realmente memorable.
Detrás de ellos, el sanatorio se fue haciendo cenizas impasible, serenamente.
FIN
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